Una Pelea de Perros altera a los a habitantes de un pueblo.
En un pequeño pueblo de Castilla, donde el verano se cuece a fuego lento entre copas de clarete, sombras de parra y rumores veloces, la rutina se rompe con una apuesta inesperada. Dos hombres, dos perros y un desafío sin sentido: un mastín español contra un pitbull de pelea. La noticia corre más rápido que una tormenta de agosto, y en cuestión de minutos, el pueblo entero se convierte en una jauría ansiosa por presenciar la pelea de perros.
La Plaza
La plaza, que en otros días sirve para el descanso, la charla o la siesta, se transforma en un improvisado coliseo donde el morbo es gratuito y la moral, flexible. Fernando ha regresado de la ciudad para reencontrarse con su gente. Se ve atrapado en el torbellino de la emoción colectiva. No quiere que la pelea de perros ocurra, pero… ¿Qué puede hacer cuando la marea de la multitud arrastra incluso al más sensato?
Las apuestas corren como el vino. Las bromas suben de tono. Los más jóvenes se empujan para ver mejor. Nadie se pregunta si está bien o mal; lo importante es no quedarse fuera. Entre el sudor de los cuerpos agolpados y el eco de ladridos lejanos, la tensión crece. La mirada impasible del río Duero, que observa desde su ribera como un anciano sabio y cansado, acompaña el relato como testigo mudo de lo que está por suceder.
Una pelea de perros que no se olvida
La historia avanza con el pulso de un viejo relato costumbrista. Al mismo tiempo, una crítica mordaz a la banalidad del espectáculo y a la violencia disfrazada de tradición. Pero a veces, los verdaderos animales no son los que pelean en la arena, sino los que aplauden desde fuera.
Un relato que denuncia, emociona y deja huella. Una pelea de perros que no se olvida.
También podrías leer otras narraciones interesantes
[…] Pelea de Perros […]